LA LECCION DE JOAN ALSINA
Sabía que lo buscaban y no huyó. Sabía que era muy posible que con el arresto fuera sometido a la tortura y que era incluso posible que le dieran muerte. Y sabiendo todo eso, el español Joan Alsina Hurtos tomó lápiz y papel la noche del 18 de septiembre de 1973 y escribió con la certeza de estar en víspera de morir. ¿Por qué? ¿No debió ser más fuerte el instinto de sobrevivencia? ¿O acaso se hizo misionero buscando ser un mártir? Quizás nada de eso.
Entre lecturas de Teología de la Liberación y días de intenso trabajo, el joven Alsina se bebió de un sorbo el santo grial de la esperanza, inmerso entre los pobres de Chile –cristianos y marxistas- que apostaban al socialismo democrático con Salvador Allende como líder. Hasta que un día negro de septiembre de 1973 cuajó el complot y, con La Moneda en llamas, comenzaron a escucharse los bandos militares que instaban a la entrega de los rojos. El nombre de Joan Alsina estaba escrito en uno de esos bandos. Y sabiéndolo, ordenó sus escasas pertenencias y escribió la carta de despedida con la certeza de que “Cristo nos acompaña siempre, dondequiera que estemos” y con la percepción de ser grano de trigo en el campo de la historia: “si el grano de trigo no muere, no da fruto”. ¿Durmió esa noche? ¿Cuán largas fueron sus oraciones? No lo sabemos. Quizás el paisaje de Girona y los rostros amados custodiaron su vigilia. Al día siguiente, 19 de septiembre de 1973, cruzó temprano la puerta del Hospital San Juan de Dios –donde trabajaba- y fue arrestado. Pocas horas después, golpeado y sangrante, fue llevado hasta un puente de los tantos que cruzan el río Mapocho. El suboficial Donato López dio la orden de matarlo. Y el joven soldado Nelson Bañados, de apenas 18 años, cumplió la orden. Dice en su confesión: “Saqué a Juan del furgón y traté de vendarle los ojos. Pero Joan me dijo “por favor, no me pongas la venda. Mátame de frente, porque quiero verte para darte el perdón”. Fue muy rápido todo. Recuerdo que levantó su mirada al cielo, hizo un gesto con las manos, las puso luego sobre su corazón, movió los labios como si estuviera rezando y dijo: ‘Padre, perdónalos’. Yo le disparé la ráfaga… lo hice con la metralleta para que fuera más rápido”. Diez de la noche, 19 de septiembre. Los focos del vehículo iluminaban el patíbulo. La fuerza de la ráfaga dejó el cuerpo de Joan Alsina sobre la baranda del puente Bulnes y el soldado Bañados sólo lo impulsó levemente para que cayera. Abajo, las oscuras aguas del Mapocho se hicieron tumba para el sacerdote español como lo fueron para tantos chilenos en la dictadura.
El año 2005, un juez condenó a cinco años de cárcel al suboficial López. El soldado Bañados no necesitó condena. Se condenó a sí mismo a la lenta tortura de ver cada día la mirada de Alsina, bendiciéndolo y perdonándolo, antes de morir. Y se suicidó.
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