sábado, 11 de septiembre de 2010

El último discurso de Salvador Allende "Pagare con mi vida la lealtad del pueblo"

En un día como hoy hace ya 40 años, un hombre se encontró de frente con su destino y con la historia y como tantos otros hombres antes expuestos a la misma coyuntura, decidió enfrentarse con coraje a la traición de los que antes le habían jurado lealtad y con un enorme gesto en soledad fue capaz de darnos la libertad y dignidad que como pueblo nos acompaña hasta nuestros días. Nuestro presidente Salvador Allende ese día 11 de septiembre y en el momento en que las tinieblas de la infamia invadían el hogar del pueblo libre, en nuestra hora mas oscura , fue capaz de entregarnos un último discurso de valentía, de coraje, de dignidad y de grandeza, con el cual el hombre honesto, y libre pudo soportar el terror de 17 años de persecuciones solo por el hecho de querer un mundo mejor para el y para sus hijos.
Se podrán decir muchas cosas de lo sucedido, pero lo que será recordado en los últimos días de la humanidad, serán los gestos de valentía y coraje como el que nos brindo nuestro Salvador Allende.
Y es en su memoria que podemos decir con convicción que "Podrán humillarnos, torturarnos y asesinarnos, pero jamás podrán callarnos"

A continuación el último discurso de nuestro presidente Salvador Allende

sábado, 4 de septiembre de 2010

HEROES URBANOS: Sacerdote Joan Alsina "Mátame de frente, porque quiero verte para darte el perdón"


LA LECCION DE JOAN ALSINA

Sabía que lo buscaban y no huyó. Sabía que era muy posible que con el arresto fuera sometido a la tortura y que era incluso posible que le dieran muerte. Y sabiendo todo eso, el español Joan Alsina Hurtos tomó lápiz y papel la noche del 18 de septiembre de 1973 y escribió con la certeza de estar en víspera de morir. ¿Por qué? ¿No debió ser más fuerte el instinto de sobrevivencia? ¿O acaso se hizo misionero buscando ser un mártir? Quizás nada de eso.

Tenía apenas 31 años y ninguna duda acerca de su papel en este mundo. Ser sacerdote católico fue su deseo desde niño. Así se lo dijo a sus padres, José y Genoveva, cuando cumplió once años. Comenzaba la década de los cincuenta y el niño Alsina –en pleno franquismo- quería ser un cura obrero, levadura en la masa para hornear un pan que alimentara a los hambrientos. Primero fue el seminario de Girona, luego el Hispano Americano de Madrid, teniendo como objetivo central de su vida ser misionero en Latinoamérica. No había indicios que apuntaran al martirio cuando abordó el avión en Barajas y abrazó a sus padres y hermanos. Para entonces, 1968, Chile parecía un destino luminoso para un joven español iluminado por la fe cristiana. Iba a convertirse en un remero más de una goleta que, capitaneada por el cardenal Raúl Silva Henríquez, tenía claro el puerto de arribo: una Iglesia progresista para ayudar a construir un país con justicia social.

Entre lecturas de Teología de la Liberación y días de intenso trabajo, el joven Alsina se bebió de un sorbo el santo grial de la esperanza, inmerso entre los pobres de Chile –cristianos y marxistas- que apostaban al socialismo democrático con Salvador Allende como líder. Hasta que un día negro de septiembre de 1973 cuajó el complot y, con La Moneda en llamas, comenzaron a escucharse los bandos militares que instaban a la entrega de los rojos. El nombre de Joan Alsina estaba escrito en uno de esos bandos. Y sabiéndolo, ordenó sus escasas pertenencias y escribió la carta de despedida con la certeza de que “Cristo nos acompaña siempre, dondequiera que estemos” y con la percepción de ser grano de trigo en el campo de la historia: “si el grano de trigo no muere, no da fruto”. ¿Durmió esa noche? ¿Cuán largas fueron sus oraciones? No lo sabemos. Quizás el paisaje de Girona y los rostros amados custodiaron su vigilia. Al día siguiente, 19 de septiembre de 1973, cruzó temprano la puerta del Hospital San Juan de Dios –donde trabajaba- y fue arrestado. Pocas horas después, golpeado y sangrante, fue llevado hasta un puente de los tantos que cruzan el río Mapocho. El suboficial Donato López dio la orden de matarlo. Y el joven soldado Nelson Bañados, de apenas 18 años, cumplió la orden. Dice en su confesión: “Saqué a Juan del furgón y traté de vendarle los ojos. Pero Joan me dijo “por favor, no me pongas la venda. Mátame de frente, porque quiero verte para darte el perdón”. Fue muy rápido todo. Recuerdo que levantó su mirada al cielo, hizo un gesto con las manos, las puso luego sobre su corazón, movió los labios como si estuviera rezando y dijo: ‘Padre, perdónalos’. Yo le disparé la ráfaga… lo hice con la metralleta para que fuera más rápido”. Diez de la noche, 19 de septiembre. Los focos del vehículo iluminaban el patíbulo. La fuerza de la ráfaga dejó el cuerpo de Joan Alsina sobre la baranda del puente Bulnes y el soldado Bañados sólo lo impulsó levemente para que cayera. Abajo, las oscuras aguas del Mapocho se hicieron tumba para el sacerdote español como lo fueron para tantos chilenos en la dictadura.

El año 2005, un juez condenó a cinco años de cárcel al suboficial López. El soldado Bañados no necesitó condena. Se condenó a sí mismo a la lenta tortura de ver cada día la mirada de Alsina, bendiciéndolo y perdonándolo, antes de morir. Y se suicidó.

Poema: "Estadio de Chile"

Victor nunca humillo la frente ante los todopoderosos, la inclinaba solo sobre su guitarra. Vivió, amo y trabajo cantando. Y murio cantando dejandonos el dramatico y elevado testimonio de lo que sufrio: el poema Estadio de Chile. Un hombre que salio en libertad logro sacar una copia del poema. Las hojas de un cuaderno escolar contienen los versos llenos de valor y lealtad.

¿Y Mexico, Cuba y el mundo? ¡Que griten esta ignominia! Somos diez mil manos menos que no producen. ¿Cuantos somos en toda la patria? La sangre del compañero Presidente golpea mas fuerte que bombas y metrallas. Asi golpeara nuestro puño nuevamente. ¡Canto, que mal me sales cuando tengo que cantar espanto! Espanto como el que vivo como el que muero, espanto. De verme entre tanto y tantos momentos del infinito en que el silencio y el grito son las metas de este canto. Lo que veo nunca vi, lo que he sentido y que siento hará brotar el momento......

El poema quedo inconcluso. Victor no tuvo tiempo ni vida para terminarlo.

HEROES URBANOS: General Joaquín Lagos "General de 14 estrellas"

El diez de abril del año 2003, falleció el Gral en retiro don Joaquín Lagos Osorio.

El 11 de septiembre de 1973, el general Lagos era comandante en jefe de la primera División de Ejército, en Antofagasta.
Allí le correspondió recibir al asesino general Sergio Arellano Stark, en su calidad de oficial delegado del entonces Comandante en Jefe del Ejército, Augusto Pinochet, desencadenándose un fuerte conflicto entre ambos altos oficiales por las ejecuciones de opositores al régimen militar.
El retiro del general Lagos se cursó casi un año después de esa situación, que también lo enfrentó con el dictador Pinochet.
Sus declaraciones judiciales y oficios fueron cruciales para el proceso a la comitiva militar de 1973, al mando del general Arellano Stark. Por esa causa fue desaforado de sus prerrogativas como senador y procesado general Pinochet, siendo más tarde sobreseída su causa por su estado de salud mental.

A su muerte la periodista (también fallecida) Patricia Verdugo escribió lo siguiente:

Ha muerto un general que tenía el uniforme cubierto de estrellas. Uniforme invisible desde que renunció al Ejército en 1973 y lo colgó en 1974. Estrellas invisibles que, una tras otra, lo fueron transformando en el mejor de los soldados: el guerrero espiritual Joaquín Lagos Osorio.

Nunca fue portada a todo color ni entrevista principal de El Mercurio. Una estrella.

Nunca fue declarado “personaje del año” en ningún medio de comunicación. Una estrella.

Nunca se le rindieron honores en la Escuela Militar, para ejemplo de los futuros oficiales. Otra estrella.

Nunca recibió honores en La Moneda, por su ejemplo de valentía ciudadana. Una estrella.

Catorce estrellas invisibles cubrían su pecho por las catorce víctimas de la “caravana de la muerte” en Antofagasta, en octubre de 1973.

Porque se negó a cumplir la orden de ocultar los cadáveres y transformarlos en detenidos-desaparecidos.

Ordenó a los médicos militares vendar los cuerpos despedazados y entregarlos a sus familias.

No hay cómo contar las estrellas por los prisioneros políticos que salvaron su vida gracias a él. Porque fue su enérgica protesta ante Pinochet y su renuncia indeclinable al Ejército lo que detuvo el trágico accionar de la misión militar al mando del general Arellano.

Anotemos otra estrella obtenida en 1985, cuando renunció a su cargo de director del Cuerpo de Generales en Retiro, al tiempo que exigía que los tribunales aclararan las masacres, determinando responsabilidades, porque sólo así “se contribuirá decididamente al reencuentro de los chilenos”.

Las estrellas se suman por cada vez que declaró en los tribunales de justicia, a partir de 1986, aún en plena dictadura.

Y siguió en la transición, transformándose en el testigo clave contra el general Pinochet en el histórico proceso que obligó al ex dictador a renunciar al Senado y escapar de la condena por la vía de declararse demente.

Agrego otra estrella porque –desde marzo del 2000, cuando se pidió el desafuero de Pinochet- siguió caminando sin temor por las calles. Fue la abogada Carmen Hertz, viuda de una de las víctimas, la que me pidió interceder ante La Moneda para darle protección policial. El aceptó, sorprendido, quizás sólo para calmar a su adorada esposa, Margarita Gude, quien temió tantos años por la vida del general.

Hay también una estrella, sobre el corazón, por soportar sin quejidos el dolor de haber perdido a su familia militar. Se quedó flotando entre dos mundos. Para unos era “traidor”, y para otros, las familias de las víctimas, lejano y hasta “no confiable”.

Un dolor que mitigó su pequeña familia, con doña Margarita, los dos hijos y los nietos.

Yo le vi una estrella en la frente el día que abrió la reja de su casa y me hizo pasar. Ese día entré a su hogar, su corazón y su conciencia. Y en mi libro “Los Zarpazos del Puma” quedó impreso su sentir cuando exclamó, recordando la tragedia de 1973: “¡Fue y es un dolor indescriptible! Ver frustrado lo que se ha venerado por toda una vida: el concepto del mando, el cumplimiento del deber, el respeto a los subalternos y el respeto a los ciudadanos que nos entregan las armas para defenderlos y no para matarlos”. Más de una década después, me reiteró que todos esos valores estaban en el meollo del proceso contra el general Pinochet: “Todo eso está en juego en este caso, de manera que no volvamos a repetir esta tragedia”.

Algún día, espero ver en el patio principal de la Escuela Militar una estatua del general Joaquín Lagos Osorio, comandante en jefe de la Primera División de Ejército en 1973. Y que cada 10 de abril los cadetes sepan de su batalla ejemplar.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

"No menciones el amor"

Cuéntame una historia donde él acaba de cumplir veinticuatro años y ya hace siete que trabaja en la construcción. Una historia donde lo contrata un tal Artemio, porque sabe que trabaja duro y no mira el reloj. A él ponle un nombre cualquiera, uno que apenas suene, algo propio de un tipo así, que se asombra, sobre todo con los ojos y que tiene manos grandes que le molestan cuando no está trabajando.

A mí me parece que esta historia me la tienes que contar donde todo transcurra en invierno, ¿sabes por qué? Porque así, cuando él entra a la pensión que le recomendó ese tal Artemio, lo desconcierta un olor a parafina, y entonces duda y vacila..., pero ni se entera que es porque ese olor le recuerda a su infancia apurada en algún lugar del sur. Cuéntame que al final se decide y paga por adelantado sin preguntar nada más, porque la pensión es limpia, y en su habitación hay una cama de hierro, un poco corta, un ropero de dos puertas, una mesa con mantel y...un calentador, nada más.

Sigue contándome que él se queda solo en la habitación, pero no tantea el colchón como lo haríamos todos, pero si abre el bolso y saca con cuidado su ropa, incluso una camisa nueva, envuelta en papel celofán, ese que cruje, saca un jarro, una taza, una caja con bolsitas de té y nada más, para no agrandar el bolso. Que se instale con algún gesto meticuloso que delate su costumbre de estar solo...y déjalo ahí, calentando el agua que sacó del baño para prepararse un té.

Ahora muéstrame la pensión pero desde arriba, para que yo vea, que del otro lado del tabique, donde está la cama de él, hay otra y que esos diez centímetros de pared frágil son una frontera íntima y ambigua que las separa pero al mismo tiempo las une. De hierro la cama de él y de hierro también la otra, pero con una blandura de flores pálidas en el cubrecama...y si quieres, un detalle mínimo, pero definitivo, como por ejemplo...un pinche para el pelo...y déjame ahí arriba, abismado, convertido en un Dios impaciente, esperando a que él...y ella estén acostados...pero despiertos, separados...pero juntos.

Ahora háblame del frío y de la cal. Cuéntame como a él la cal le parte las manos y como a ella se le marcan los pezones en la polera que se puso para acostarse y no digas más, porque él siente sus palmas hambrientas de suavidad y ella se demora en el espejo, peinándose, los pechos ávidos de calor y el gesto detenido porque acaba de escuchar el gemido metálico de la cama cuando él se acuesta. Entonces ella deja caer el cepillo y él va a mirar el tabique por primera vez y hasta quizás lo toque con el dorso de la mano.

Ahora sigue contándome cómo va elaborándose ese diálogo secreto de golpecitos y toses, como en la noche sin luna, el chasquido de un fósforo y el roce de unos dedos inventan un idioma que pone en fuga la soledad y aniquila el frío. Mañana ella a atreverse a una pizca de color en la cara y él va a desgarrar el papel celofán sin pesadumbre...pero ahora...que duerman...shhhtt...pero dime que los dos siguen atentos para que las pesadillas fracasen...él y ella, acostados, vueltos hacia la pared cada vez más y más delgada...pero ahora que duerman...shhhhttt....que duerman...ah, y para cuando me cuentes todo esto, te voy a pedir que la palabra AMOR no aparezca...¿sabes por qué...? ...porque no hace falta.


"El Problema"


EL PROBLEMA

Hace tiempo que vengo notando que tengo un problema, no se si este es grave, pero me doy cuenta que cada día lo noto mas que el día anterior. No había llegado a la situación de sentarme a analizarlo, pero si es verdad, creo que es importante que lo comente, ¿pero a quien?, será eso parte del problema, el comentarlo, en fin, a lo mejor no es algo tan serio y solo tengo que dormir y mañana ya no estará, claro, es solo olvidarme del tema y dar vuelta la pagina, si eso es mejor dormiré y mañana estaré mejor. Pero no me convence, no no y no, esto no funciona así, o tal vez para otras personas funciona así pero para mi es diferente creo que la solución mas fácil es tratar de olvidarme del problema y dejar la solución para otro día, pero esto ¿no será crearme dos problemas?, el del problema mismo y el de tener que solucionar este “problema”, no, eso no es lo que quiero ya tengo suficiente con uno para querer que sean dos, pero ohh que horror, creo que tengo un tercer problema en mente, el problema mismo, el inicial, el segundo donde la preocupación es si dejar para después o no la solución del problema inicial y un tercero que es tener que solucionar todo esto, sigo pensando y ahora mi cabeza es algo que da vueltas sin parar, creo que se cual es mi problema, y justo cuando estoy a punto de descubrir todo esto que me persigue y me causa problemas, apareces, tu, en el portal de la habitación y me dices. “amor ya es tarde, vamos a dormir” en ese instante te das cuenta que todo desaparece y que lo único que de verdad sería un problema, es que ella no estuviera a tu lado.


Vicente Rey

Cuentos Cortos: "Belcebú"


¡En el instructivo no salía esto señor! yo le compre y firme FELICIDAD, un terreno verde con flores y algunas regiones con esclavos y usted me trae a esto.
dígame de inmediato su nombre!!!
Por su puesto caballero, mi nombre es Belcebú…

colaboración de "No te salves"