Desde el primer momento que viste sus ojos, tuviste absoluta certeza que aquella mujer de cabellos rojos y labios rojos culpables, te traicionaría de manera descarada y totalmente ausente de culpa. Porque como por mandato divino, aquellas mujeres no son de tener sentimientos tan ligados a la debilidad humana.
Desde siempre sus infidelidades rozaron la perfección, presentándose como obras de arte pintadas con genial maestría, en lienzos de seda, y talladas en mármol virgen, totalmente imposibles de comprender para un ser vulgarmente moral como tú. Solo aquellos poetas malditos, desvanecidos en alcohol barato fueron capaces de entender el fin último del comportamiento de estas felinas independientes.
Pero la pregunta es, ¿podríamos reprochar culpa alguna? Desde adolescente esa mujer tuvo plena conciencia que era más atractiva que el resto de sus amigas. Sintió la admiración enamorada de hombres menores, miradas de deseo de hombres de su edad y las obvias miradas culposas de hombres mucho mayores.
Esa conciencia de objeto único de deseo fue potenciado ya de mujer con una libido pujante y explosiva que claramente no respetaría sentidos de pertenencia absurdos de ningún espécimen macho, menos los tuyos.
Al final te sorprendió, que la infidelidad no fuera con tu mejor amigo, sino que fuera con el novio de su mejor amiga, lo que claramente era culpa de aquella mujer diminuta que expuso su hombre sin ningún tipo de precaución a una tentación sin límites.
Todo cuanto sucedió tu ya te lo esperabas, y en el final de tus días, durante esa lenta agonía (producida por una pasión desbocada) comprendiste que fuiste más sabio que muchos de los que pasaron por su cuerpo, porque siempre supiste que ella no te pertenecía y el que ella te regalara algunos momentos de su cuerpo, era solo producto de un regalo divino o quizas solo un accidente del destino y eso fue lo que te hizo diferente a todos los otros que vieron su corazón destrozado y esto fue precisamente el último recuerdo mientras brotaba la sangre de manera libre y sin culpa.
Vicente Rey
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