Desde el principio, siempre supiste que aquella mujer te traicionaría. De una forma totalmente descarada y absolutamente ausente de toda culpa o remordimiento, pero eso siempre lo supiste. Mujeres como ella no son de tener sentimientos tan ligados a la debilidad humana.
Sus infidelidades son obras de arte pintadas, con genial maestría, en lienzos de seda y talladas en mármol puro que son totalmente imposibles de comprender para un ser vulgarmente moral como tú. Solo aquellos poetas malditos, desvanecidos en tugurios republicanos son capaces de entender el fin último del comportamiento de estas felinas independientes.
Pero dime ¿Cómo podríamos culparla? Desde adolecente tuvo plena conciencia que era más atractiva que el resto de sus amigas, sintió la admiración enamorada de hombres menores, las miradas de deseo de hombres de su edad y las miradas culposas de hombres mucho mayores. Esa conciencia de objeto único lo potencio ya de mujer con una libido pujante y explosiva que claramente no respetaría sentidos de pertenencia absurdos de ningún espécimen macho.
Todos al igual que tu también lo sabían, tus amigos, tus conocidos, extraños que los veían juntos sabían que aquel ser de magnitud sensual imposible de cuantificar en medidas humanas en algún momento te sería infiel restando solo saber cómo y cuándo sería.
Al final te sorprendió, que la infidelidad no fuera con tu mejor amigo, sino que fuera con el novio de su mejor amiga, lo que claramente era culpa de aquella mujer por exponer su novio sin ningún tipo de precaución a una tentación sin límites.
Vicente Rey
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