El creador de sueños miraba cada noche por la ventana al cielo estrellado. Tenía este un encanto especial que lo inspiraba y así dentro, al calor de su hogar, daba paso su imaginación a la creación de los más bellos sueños, los más delicados en los cuales trabajaba con sumo cuidado.
Un noche el creador de sueños vio algo que llamo su atención, esto era una estrella que brillaba más que las demás. Se quedo absorto, mirándola brillar. Estaba como encantado y sin duda era lo más bello que jamás había contemplado.
Cada noche el creador de sueños se asomaba a su ventana, y la buscaba, y cuando la veía en su cara se dibujaba la más bella de las sonrisas.
Noche tras noche se repetía la ceremonia, él salía y la miraba. Comenzó tratando de que esta luminaria se diera cuenta de su presencia y una vez que fue así, comenzó a hablar con ella, en la distancia. Primero eran saludos cordiales dando paso luego a largas conversaciones.
Una noche especialmente cálida, ocurrió algo maravilloso. Cuando el creador de sueños se asomó a su ventana, mirando al cielo, la estrella había desaparecido. No estaba. El se preguntaba que había podido ocurrir, y cuando se dio la vuelta, su amada estrella estaba ahí, frente a él. La estrella había bajado a verle.
Fueron tiempos muy felices, cada día la estrella bajaba con el creador de sueños. Era tanta la felicidad del creador que solo quería agasajarla, creo muchas y bellas cosas para obsequiarle. Creó las ilusiones, las esperanzas, momentos juntos de amor y se los regaló. Fabricó la felicidad, los momentos de espera, las complicidades y se las regaló. Construyo miradas, caricias y susurros de amor y todo eso, se lo dio a su estrella amada.
Un anoche, la estrella le pidió un sueño especial. “¿De que se trata?” preguntó inquieto el creador de sueños… “Quiero un par de alas” respondió ella con su dulce voz.
De inmediato se puso manos a la obra y en su taller creó un par de alas, las más bellas que jamás se hayan visto. Con todo su amor, se las regaló a su estrella.
La estrella tomó las alas, besó al creador de sueños y emprendió el vuelo. Voló mucho y muy lejos. Sobrevoló océanos, continentes y ríos. Se deslizó por el aire durante días que se volvieron semanas, que dieron paso a meses y luego años, muchos y muy tristes años.
En su ausencia el creador de sueños se encerró en su taller y la pena lo fue consumiendo. Fabricó la melancolía, la añoranza. Todos esos lindos sueños que fabricaba estaban ahora rotos y sin brillo. Fabricó el rencor, el abandono, la soledad. Se construyó una armadura de indiferencia.
La estrella cegada al principio por la belleza de sus alas y de su libertad, empezó a añorar los dulces sueños que había dejado en tierra. A pesar de todo, de tener lo que tanto deseaba, su libertad y sus alas, extrañaba los dulces sueños que el creador le fabricaba con tanto amor. Y es así como decidió volver y recuperar aquellos sueños de felicidad.
Pero al volver, encontró al creador tan cambiado y dentro de su armadura, que no lo pudo reconocer. Busco aquellos sueños empolvados por el paso del tiempo gris y solitario, pero le fue imposible encontrarlos. Se habían perdido junto con el creador de sueños.
Con tristeza regresó al cielo, pero nunca, nunca brilló con la misma belleza y los sueños de las personas nunca volvieron a ser los mismos.
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